Ingenuos aquellos que se tragaron el cuento aquel por el que en Venezuela iba a haber elecciones libres. No existen desde que Chávez tomó el poder y sumió al país en la larga noche de la dictadura bolivariana. Un narco-estado que es incapaz de extraer por sí mismo ni de refinar su propio petróleo, teniendo que mendigar a los turcos, a los chinos y, de hecho, hasta al Tío Sam.
El desastre incalificable de la dictadura venezolana hizo pensar a algunos analistas que se planteaba una transmisión relativamente pacífica del poder. Puede que sí o puede que no. Puede que la enésima manipulación de los comicios tenga como función precisamente eso, vender caro el pellejo y forzar a la oposición y a los americanos a negociar unas condiciones más beneficiosas para los líderes chavistas salientes. Todavía es una incertidumbre.
Sea como fuere, aún quedan dinosaurios políticos que se empeñan en defender lo indefendible. En dotar al régimen de Maduro de una pátina democrática de la que obviamente carece. Y no de extrañar, porque los grupos políticos que así lo hacen son los que niegan que haya que ayudar a Ucrania, sometiéndose a los intereses del autócrata Putin, o los que le hacen el juego del relato a Hamás, justificando los deleznables actos terroristas cometidos e impregnando el discurso público de un repugnante antisemitismo que recuerda tristemente a tiempos pasados.
El exponente más sórdido de estos especímenes, que cual tigre de Bengala -como diría Fernando Arrabal- constituyen una especie que por fortuna se extingue- es José Luís Rodríguez Zapatero. Verdadero Ministro de Exteriores y embajador de la dictadura venezolana. Empeñado como pocos en blanquear lo que todos saben que es un sistema que asesina a su pueblo y tortura a los disidentes. Afirmar que su supervisión como “observador” de estas elecciones es garantía de su limpieza es como decir que en los referéndums de Franco se votaba libremente.
Si estuviésemos en un país mínimamente serio, el Gobierno le hubiera desautorizado inmediatamente, cuando no condenado de forma expresa el arrastrar por el fango el prestigio que todavía pudiera tener como expresidente de España. No debiera olvidar que el que fue una vez Presidente lo será para siempre, ostentando consigo de manera inherente una representación diplomática a la que ha de hacer justicia y con respecto a la cual se asumen unas responsabilidades.
Porque, cuando el fraude electoral es obvio, las irregularidades burocráticas innegables y la naturaleza anti-democrática del gobierno de Caracas palmaria, seguir insistiendo en que se ha tratado de unas jornadas limpias y que, por ello, hay que darle crédito a quienes se resisten a dejarle libertad a su pueblo, quien expresa su apoyo a una dictadura como esta ni es representante de una democracia ni es un demócrata. Y cuando caiga el chavismo -que, no lo dudéis, lo hará- deberán hacer frente a las responsabilidades políticas de las que sean merecedores.